Los músicos de Bremen

Audio de texto a voz para una lectura asistida

Los músicos de Bremen

Érase una vez, un burro que por ser viejo y tener la espalda rota, era maltratado por su dueño. Cansado de tanta crueldad, decidió huir hacia un pueblo llamado Bremen. Con su rebuzno fino y elegante, de seguro se convertiría en el músico del pueblo.

Mientras iba por el camino, el burro se encontró con un perro flaco cubierto de llagas.

—Ven conmigo si tienes un buen ladrido —dijo el burro —. Me dirijo a Bremen para hacerme músico. También encontrarás un trabajo. ¡Sólo espera y verás!

El perro partió feliz con el burro. Un poco más tarde, un gato callejero que ya no podía atrapar ratones se unió a ellos con la esperanza de que sus maullidos lo hicieran músico en Bremen y así ganarse el sustento.

Cuando pasaron por un corral, los tres se detuvieron a admirar a un gallo anciano que, con las alas extendidas, cantaba con todas sus fuerzas.

—Cantas muy bien —le dijo el burro—. ¿Por qué estás tan feliz?

—¿Feliz? —murmuró el gallo con lágrimas en los ojos—. Como soy viejo, mi dueña quiere ponerme en la olla y hacer sopa conmigo. Hoy estoy cantando tan fuerte como puedo, porque mañana me iré.

Entonces el burro le dijo:

— Huye con nosotros. Con un cacareo como el tuyo, ¡serás famoso en Bremen!

El gallo aceptó encantado y ahora había cuatro de ellos. El camino era largo y caía la noche. Después de un par de horas, se encontraban en un espeso bosque sin saber si debían continuar o esconderse en alguna cueva para descansar.

De repente, se toparon con una cabaña. El burro puso sus pezuñas delanteras sobre la ventana. Ansioso de ver, el perro saltó sobre la espalda del burro, el gato trepó sobre perro y el gallo voló y se sentó encima de la cabeza del gato para observar lo que estaba pasando adentro.

Resulta que la cabaña era el escondite de unos bandidos que estaban ocupados celebrando su último robo. El burro y sus amigos se emocionaron cuando a través de la ventana, vieron una mesa repleta de comida. Justo en ese momento, la espalda del burro cedió ante el peso de sus tres amigos y todos cayeron menos el gallo.

El gallo voló por la ventana, su aleteo apagó la única vela encendida. La habitación se llenó de oscuridad y ruido: los rebuznos del burro adolorido, los ladridos del perro y los maullidos del gato. El gallo cacareó junto con los demás. Los bandidos tomados por sorpresa huyeron hacia el bosque gritando:

—¡Auxilio! ¡Socorro! Este lugar está habitado por fantasmas.

La comida abandonada en la mesa terminó en los estómagos de los cuatro amigos.

Más tarde, cuando el burro y sus compañeros se estaban quedando dormidos, uno de los bandidos regresó sigilosamente a la cabaña para averiguar qué había sucedido. Todavía asustado, abrió la puerta y se dirigió a la cocina.

La cocina estaba a oscuras, el bandido con la vela apagada en la mano, confundió el brillo de los ojos del gato con carbones encendidos. Cuando quiso prender la vela, el gato le arañó la cara. El hombre cayó de espaldas sobre el perro y los afilados dientes del animal se hundieron en su pierna. El burro vio la figura del bandido en la oscuridad y al instante le dio una patada que lo envió volando a través de la puerta. El gallo, sentado en el tejado, celebró esta hazaña con su alegre quiquiriquí.

—¡Corran! —gritó el hombre a los otros bandidos—. ¡Corran! Una horrible bruja me arañó la cara, un fantasma me mordió la pierna, un monstruo me golpeó con un palo y en el tejado vive un juez que decía: “Tráiganme a ese ladrón aquí.”

Fue así como el burro, el perro, el gato y el gallo vivieron felices para siempre en la cabaña. Con el botín que dejaron los bandidos les sobraba comida en la mesa.

Los músicos de Bremen

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *