Cuento el zapatero y los duendes
Érase una vez un zapatero muy pobre que vivía con su esposa. Aunque él trabajaba con mucha diligencia y sus zapatos eran de excelente calidad, no ganaba lo necesario para mantener a su familia. Terminó siendo tan pobre que solo le quedaba el dinero para comprar el cuero con que hacer el último par de zapatos.
Con mucho cuidado cortó el cuero y colocó las piezas en su mesa de trabajo para coserlas a la mañana siguiente.
Al llegar la mañana, en lugar del cuero que había dejado, el zapatero se sorprendió al encontrar un hermoso par de zapatos. Eran tan bellos los zapatos, que un hombre pasó por la tienda y los compró por el doble del precio. El zapatero fue a contárselo a su esposa:
— Con este dinero, compraré el cuero para hacer dos pares de zapatos —dijo entusiasmado.
Esa noche cortó el cuero y nuevamente colocó las piezas en su mesa de trabajo para coserlas en la mañana.
A la mañana siguiente, encontró dos pares de zapatos relucientes y perfectos. Estos zapatos se vendieron por un precio aún más alto.
Todas las noches, el zapatero dejaba el cuero cortado en su mesa de trabajo y todas las mañanas encontraba más pares de zapatos. Muy pronto, la pequeña tienda se hizo famosa y el zapatero se convirtió en un hombre muy rico.
El zapatero y su esposa se sentaron junto al fuego una noche:
— ¿Qué te parece si nos escondemos para conocer a quien nos ha estado ayudando? —dijo el zapatero.
El zapatero y su esposa se escondieron. Alrededor de la medianoche, vieron a dos pequeños duendes entrar furtivamente en la tienda de zapatos. Rápidos y habilidosos, los duendecillos hicieron un par de zapatos en un instante. Era invierno y los hombrecillos vestidos con ropas harapientas, temblaban mientras trabajaban.
—Pobres duendecillos, deben sentir mucho frío —susurró la esposa a su marido—. Les haré dos abrigos de lana, así estarán más calientitos.
A la medianoche siguiente, al lado del cuero, los dos duendecillos encontraron dos elegantes abrigos rojos con botones dorados y se los pusieron inmediatamente. Fue tanta la alegría que bailaron y cantaron:
—¡Qué hermosos abrigos! Nunca volveremos a tener frío.
Pero cuando uno de los pequeños duendecillos le dijo al otro:
—Sigamos trabajando.
El otro respondió:
—¿Trabajo? ¿Para qué? Con dos abrigos como estos ya somos ricos. Nunca más tendremos que trabajar.
Los dos duendecillos se fueron por donde habían llegado y nunca más se les volvió a ver.
La tienda continuó prosperando, pero el zapatero y su esposa siempre recordaron a los buenos duendecillos que los habían ayudado durante los tiempos difíciles.
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