La Reina de las Nieves
Había una vez un horripilante ogro que creó un gran espejo que hacía ver todo lo bueno y hermoso como feo y perverso. Era tanta su maldad, que hizo volar el espejo hasta lo más alto del espacio para dejarlo caer y quebrarse en millones de pequeños fragmentos de cristal en la Tierra. Si uno de esos fragmentos alcanzara los ojos de alguien, todo lo vería mal y si el fragmento se alojara en su corazón, este se volvería tan frío como el hielo.
Años después, en una gran ciudad llena de casas y personas, vivían dos niños muy pobres que tenían una gran amistad. Ellos eran vecinos y se querían como hermanos. La niña se llamaba Gerda y el niño se llamaba Kai. Sus padres habían construido en las ventanas de sus habitaciones unas enormes jardineras con los más hermosos rosales y deliciosos vegetales.
Gerda y Kai se pasaban el día sentados en sus sillas frente a la ventana contemplando los tallos que crecían repletos de vegetales y rosas. Sin embargo, ese deleite les era negado durante el invierno, cuando las ventanas eran opacadas por la nieve y las rosas y vegetales dormían congelados.
Fue entonces que la abuela de Kai les contó la historia de la Reina de las Nieves:
—Los copos de nieve son como un enjambre de abejas blancas y la Reina de las Nieves es la abeja blanca más grande de todas dijo la abuela—. En las noches de invierno, su enjambre vuela por toda la ciudad, se acerca a mirar por las ventanas y luego se congela en forma de flores.
Durante aquella misma noche, Kai se quedó mirando la nieve caer a través de la ventana. De repente, los copos se unieron unos a otros formando la blanca silueta de la reina. Deslumbrado por la belleza de la Reina de las Nieves, Kai abrió la ventana y una ráfaga de viento sopló fragmentos del cristal malvado directamente en sus ojos y en su corazón. Kai no volvió a ser el mismo.
El verano no tardó en regresar y con él los rosales y los vegetales, pero para Kai, el hermoso jardín en su ventana parecía hojas de espinaca hervidas. Entonces, tomó la jardinera con fuerza y la lanzó al vacío.
Su abuela y Gerda intentaron detenerlo, Kai les gritó enfurecido:
—¡No me importan las rosas ni los vegetales! Abuela, nunca quiero volver a escuchar tus historias, tampoco quiero jugar contigo, Gerda. ¡NUNCA MÁS!”.
Para Kai, todo era feo y perverso y el amor había abandonado su corazón. Su único recuerdo hermoso era el de la Reina de las Nieves.
Con el pasar del tiempo, llegó el invierno acompañado de una tormenta de nieve. Kai se montó en su trineo con destino a la plaza de mercado, en medio del camino pasó cerca de él un trineo de hielo conducido por una hermosa mujer de piel muy pálida. Ella lucía un espectacular abrigo blanco. Kai la reconoció al instante: ¡era la Reina de las Nieves!
—Ata tu trineo al mío, iremos de paseo por la tierra y el cielo —dijo la hermosa mujer.
Nunca antes la Reina de las Nieves había conocido a alguien con un corazón tan frío como el de ella. Juntos, la reina y el niño recorrieron colinas y montañas. Luego, ascendieron por el aire atravesando nubarrones mientras escuchaban el rugir del viento y las olas del mar. Pronto, ambos se encontraban tan cerca de la luna que podían sentir su frío resplandor.
Sin embargo, a partir de ese instante, no se supo más de Kai. Su familia y las personas de la ciudad lo buscaron sin cesar, pero no pudieron encontrarlo. Sin una mejor explicación, pensaron que Kai había caído al río y que encontrarlo sería imposible pues sus aguas estaban congeladas.
Con el corazón roto, Gerda esperó el verano para que el río se derritiera. Entonces, acudió a la orilla para ofrecerle sus zapatos a cambio de Kai.
Conmovido por la bondad de la niña, el río le respondió:
—Pequeña niña, me has ofrecido lo único que tienes de valor, pero tu amigo no está entre mis aguas.
De repente emergió un pequeño bote y el río habló de nuevo:
—Súbete al bote, yo te ayudaré a encontrar a tu amigo.
Entonces Gerda se subió al bote y navegó en el río por horas hasta llegar a una casa de ventanas rojas y azules rodeada de un jardín de verano eterno.
—Este es tu destino —dijo el río—. En este lugar encontrarás respuestas.
Gerda llegó a la orilla y caminó hacia la casa, una anciana descansaba en su mecedora.
—Querida señora, le ruego disculpe la molestia —dijo Gerda—, el río me ha traído hasta acá porque usted sabe dónde se encuentra mi amigo.
— Yo no tengo la respuesta que buscas — dijo la anciana, levantándose de su mecedora—. Ven conmigo al jardín, mis rosas no solo son hermosas, sino que cada una de ellas puede contarte una historia. Pregúntales a ellas sobre tu amigo.
Entonces, Gerda le preguntó a cada una de las rosas sobre Kai y todas le contaron su historia, pero ninguna de ellas mencionó al niño. Desconsolada, se despidió de las rosas y de la anciana. Pero cuando estaba a punto de marcharse, una de ellas le dijo:
—No pierdas la esperanza, nosotras las rosas conocemos las historias de la tierra, pues en ella habitamos. Te aconsejo que le preguntes a las palomas, ellas vuelan hasta los lugares más remotos y desolados. Tal vez tengan noticias de tu amigo.
Gerda continúo su camino hasta encontrar una familia de palomas que reposaban plácidamente en las frondosas ramas de un árbol.
—Palomitas —dijo Gerda con una enorme alegría—, las rosas del jardín de verano eterno me dijeron que ustedes saben dónde se encuentra mi amigo Kai.
—¡Sí, sí, lo sabemos! —gorjearon las palomas—. Hemos visto al pobre niño en Laponia, él vive en el palacio de la Reina de las nieves. Sigue nuestro vuelo desde la tierra y llegarás al palacio, pero debes saber que en ese lugar todo es frío y está lleno de vacío. Ahí no existe el amor ni la alegría.
Durante muchas horas, Gerda siguió el vuelo de las palomas. Un enorme palacio de paredes de nieve y ventanas de hielo apareció en su camino. Frente a él, Gerda vio a un niño jugar con pedazos de hielo como si fueran rompecabezas. Para el niño, aquellas figuras eran perfectas e importantes; los fragmentos de cristal malvado que tenía en su ojo y en su corazón lo hacían pensar de esta manera. Ese niño de corazón frío era Kai, ¡por fin lo había encontrado!
—Querido Kai, he viajado hasta el fin del mundo para encontrarte y lo volvería a hacer de nuevo porque tú eres parte de mis recuerdos más hermosos —dijo Gerda con emoción.
Gerda corrió hacia su amigo, se le arrojó al cuello y lo abrazó fuertemente, pero Kai la había olvidado. Gerda no pudo contener las lágrimas, una de ellas cayó sobre el pecho de Kai derritiendo el hielo de su corazón. En ese momento, Kai también lloró y con sus lágrimas salió el cristal malvado: ¡Kai volvió a ser el mismo!
—¡Gerda, mi querida amiga! ¡Qué alegría tan grande volver a verte! ¿Dónde has estado? ¿Dónde he estado yo?
Muy felices, regresaron a sus casas, nada había cambiado a excepción de un detalle: se habían convertido en personas mayores.
En las jardineras de las ventanas todavía había vegetales y rosas, Gerda y Kai se sentaron en sus dos sillas. Seguían siendo niños en su corazón.